martes, 1 de septiembre de 2015

Tierra



Y de repente, sabor a tierra en la boca. Como si hubiera cogido una roca de playa y tuviera una mandíbula lo bastante poderosa como para convertirla en arenisca al masticar...

Pero no es eso tampoco. El sabor, o la sensación, viene de muy adentro y se parece a cuando se repite una comida: es inesperado y desagradable. Más desagradable aún es el saber de sobra que lo que lo causa es mi nervioso e inestable cerebro, y no mi dieta.

Asocio el sabor a tierra con la debilidad. Con saberme peor, más débil, más necesitada de lo que podré ser capaz de reconocer nunca. Y en el fondo siempre hay un regusto a sangre, tenue, apenas perceptible.

Me recuerda que mi peor enemiga soy yo misma y que por mucho que me levante y me recomponga una y otra vez, sigo siendo la misma pequeña autodestructiva y peligrosa que hace años arriesgaba la piel. Pero aunque ya no juegue del mismo modo conmigo, de forma menos obvia sigo apostándome la poca o mucha felicidad que he conseguido en estos años a una sola carta. Como si mereciera la pena... Y aún así no puedo evitarlo.

Al final la sensación remite, pero siempre queda una sombra en los días con sabor a tierra. Espero que jamás tengas que lidiar con ello.

1 comentario:

  1. El sabor a arenisca no lo conozco, pro es pensar en la sensación de tener tierra en la boca y me rechinan los dientes. Ahora, que asocies eso a ser débil me parece que quizá es una metáfora que no voy a poder comprender hasta conocere más.

    Hay que tener cuidado con volverse autodestructíva, aunque supongo que es una bobada que te lo diga, no creo que yo vaya a decirte nada sobre el tema que tú no sepas ya, ¿no?

    ResponderEliminar

Opina, habla conmigo, piensa... Haz lo que quieras.