martes, 1 de septiembre de 2015

Tierra



Y de repente, sabor a tierra en la boca. Como si hubiera cogido una roca de playa y tuviera una mandíbula lo bastante poderosa como para convertirla en arenisca al masticar...

Pero no es eso tampoco. El sabor, o la sensación, viene de muy adentro y se parece a cuando se repite una comida: es inesperado y desagradable. Más desagradable aún es el saber de sobra que lo que lo causa es mi nervioso e inestable cerebro, y no mi dieta.

Asocio el sabor a tierra con la debilidad. Con saberme peor, más débil, más necesitada de lo que podré ser capaz de reconocer nunca. Y en el fondo siempre hay un regusto a sangre, tenue, apenas perceptible.

Me recuerda que mi peor enemiga soy yo misma y que por mucho que me levante y me recomponga una y otra vez, sigo siendo la misma pequeña autodestructiva y peligrosa que hace años arriesgaba la piel. Pero aunque ya no juegue del mismo modo conmigo, de forma menos obvia sigo apostándome la poca o mucha felicidad que he conseguido en estos años a una sola carta. Como si mereciera la pena... Y aún así no puedo evitarlo.

Al final la sensación remite, pero siempre queda una sombra en los días con sabor a tierra. Espero que jamás tengas que lidiar con ello.

viernes, 21 de agosto de 2015

Varada en Andros



Puedes llamarme Ligea.

Se puede decir que llevo varada toda mi vida, aunque el tiempo y la costumbre han acabado por hacerme aceptar la fangosa arena como mi hogar.

Este no es un lugar donde se puedan encontrar grandes cosas. Apenas podrá llegar a ser un desahogo para mí misma.

Aún así, dejo lo que aún es una hoja en blanco abierta para ti, o para quienquiera desee pasear conmigo por la orilla. No te conozco, pero quien sabe: tal vez entre las algas aparezca algún trozo de concha tornasolado que puedas aprovechar.